miércoles, 5 de agosto de 2009

VIENTO ZONDA.


El indio Huampi gobernaba varias tribus de las que habitaban los valles calchaquíes. Bien merecía llevar su nombre, pues no había otro que se destacara como él por su indomable valor y su extraordinaria destreza en el manejo de las armas.


Admirado y temido por todos, era al mismo tiempo amo y señor de toda la comarca.


Huampi era cazador incansable y el más diestro que hasta entonces se había conocido. Manejaba el arco con tal habilidad que no perdía víctima a la que arrojara sus certeras flechas.

Por eso en los montes, valles, praderas y bosques que recorría, tanto caían guanacos, vicuñas y huillas, como los cóndores, los suris y toda clase de aves...


Huampi no perdonaba, en sus frecuentes cacerías, ni las crías más chiquitas. Iba de este modo despoblando de animales la región. Y no era justo que así sucediera.


Volvía un día, al caer la tarde, cargado de caza, cuando se le apareció Pachamama, entre resplandores:

¡Huampi, mal hijo de la Tierra! ¿Te has propuesto terminar con todos los animales? ¿Por qué los persigues sañudamente? Hasta los pájaros del bosque te tienen miedo y callan cuando apareces.


Huampi bajó la cabeza y Pachamama prosiguió:

-¿Piensas indio soberbio, que he creado los animales para que tú los mates?

Sigue matando y llegará el momento en que te faltará su carne para comer y su leche, y sus pieles para cubrirte. Si no dejas vicuñas ni guanacos, ¿donde encontrarás lana suave y sedosa para tejer tus mantas?

Si no dejas llamas, ¿qué animal llevará las cargas a lugares lejanos? ¡Mata las aves y no tendrás plumas para adornarte!

Eres ambicioso y egoísta, y desagradecido porque no sabes apreciar ni respetar los bienes que te da la Madre Tierra.

Huampi no tienes corazón. No mereces que te perdone..., sino un castigo por tu maldad, y te llegará...


Y Pachamama desapareció envuelta en su luz, Huampi creyó despertar de una pesadilla. Estaba paralizado de miedo. Intentó dominarse, pero los amargos reproches de Pachamama y la amenaza de castigo le atormentaban duramente. Apoyando en el grueso tronco de un árbol, entregado a sus reflexiones, oyó un silbido.


¿Qué es eso? ¿Será el anuncio del castigo de la Pachamama?


Y no estaba equivocado. Al tiempo sintió su rostro azotado por el aire, que quemó su obscura piel; las ramas de los árboles se agitaban, hojas, flores y frutos se arremolinaron a sus pies y el silbido era cada vez más lastimero y terrible.


Huampi no dudó ya. Era la furia de la Madre Tierra sobre él y sus dominios, en forma de huracán espantoso.


Era el castigo prometido.


Dicen que, desde entonces, sopla el viento Zonda por nuestros valles andinos con voz casi humana.



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